Hasta la intervención del primo de la novia,
todo iba bien, es decir, normal, sin sorpresas ni sobresaltos. Se trataba de
una ceremonia común y corriente, de esas que, como todas, pretende ser
especial.
Todo ocurría en el amplio jardín de un complejo
dedicado al negocio de las Celebraciones. En el jardín había un pequeño
estanque con cuatro o cinco patos y un par de ocas, todos ellos blancos, apacibles
y en armonía con la decoración. Altar blanco, sillas blancas…
Doscientos invitados. Los hombres en blanco y
negro, las mujeres en tecnicolor. Siete de la tarde bajo el Sol de finales de
Junio al suroeste de la península ibérica.
Calor, abanicos, saludos, corrillos, alguna
risa, murmullos, un tacón que se hunde en la hierba… ambiente amable de espera.
Llega el novio, del brazo de la madrina.
La novia y el padrino, por supuesto, llegarían
puntualmente tarde, como es costumbre, para crear expectación, sorprender con su entrada y deslumbrar con su traje.
El novio se coloca por trigésima quinta vez la
corbata, la camisa y el chaleco. Intenta disimular la cara de pánfilo que se le pone al ser
observado por tanta gente, pero no logra conseguirlo. Su nombre es Ramón.
Casi media hora después - reinando aún el amable
clima de espera aunque ya sin risas ni murmullos y al calor del mismo Sol
castigador - aparece ella, la novia, la protagonista
principal, la que convenció a Ramón para que le pidiese matrimonio
inesperadamente tras 12 años de relación estable, tal vez por reavivar un fuego
que ya no quema tanto. Su nombre, Elvira.
El técnico
de sonido pone el tema musical elegido para su aparición “I finally found
someone” de Bryan Adams y Bárbara Streisend, mientras la mayoría de la
concurrencia piensa con alivio mudo pero que se palpa “Ya era hora, hija”.
Cuando avanza por el pasillo central, con
cuidado no vaya a pisarse el vestido, la música pastelera intenta provocar un
“Ooooh” entre los invitados, pero ese “ohhh” es interior y más bien de
decepción (no va tan guapa como se esperaba).
Comienza la ceremonia, el acto, la farsa, el
rito, el paripé, como lo quieran llamar.
Oficia la boda un amigo de la familia de la
novia que, aunque trabaja dando talleres de animación a la lectura en
bibliotecas infantiles, casi acaba la carrera de periodismo, escribe muy bien y se expresa
igual o mejor, según me contaron más tarde los que le quieren bien.
Da la bienvenida a todo el mundo, se dirige a
los novios con una sonrisa tierna, expresa el orgullo y la alegría que suponen
para él casar a la pareja que tiene en frente y recita, a modo de alegórico
consejo, un poema de Benedetti . Después da paso a la primera lectura.
Mi compañero el violinista y yo, a los teclados,
empezamos a ganarnos el dinero que nos pagarían después tocando un tema meloso
mientras una tía de la novia exagera sobre las bondades de su sobrina y los valores de su futuro esposo.
Retoma la palabra el oficiante, lee los
artículos 66,67 y 68 del código civil y le pasa el micrófono al hermano del
novio.
Tocamos otro tema, igualmente empalagoso.
El
hermano recuerda en su lectura las anécdotas compartidas en la infancia y en la
adolescencia con Ramón, y se emociona cuando empieza a hablar de sus abuelos,
de lo que les hubiese gustado estar allí presentes. Se oyen suspiros. El violín
y el piano hacen el resto, entre la concurrencia femenina se corren varias
rayas de los ojos.
El oficiante suelta otra lindeza, ésta vez una
frase célebre de Alejandro Dumas que dice “El Amor es física, el matrimonio,
química” y queriendo reflexionar sobre la frase en cuestión, se hace un pedazo
de lío mezclando conceptos químicos como la tabla periódica con elementos
físicos como las piernas de Beyoncé.
Ante el apuro y las risas, contenidas pero audibles, del fondo, deja paso como
puede a la tercera y última lectura, que acometería el primo de Elvira, la
novia.
Y aquí se torcieron las cosas definitivamente.
El primo, que había tenido sus problemillas con
las drogas en el pasado, siempre tuvo una relación muy estrecha con Elvira.
Relación que se estrechó aún más, hasta el punto de llegar a unirse o
engarzarse físicamente en más de una ocasión, cuando ella hacía las prácticas
de psicología en el “Proyecto Hombre” y se implicó, tal vez demasiado, en la
rehabilitación de su primo. Tras aquel episodio de turbulencias lubricantes,
Elvira quiso hacer borrón y cuenta nueva, pero claro, ni él era una pizarra ni
ella era de piedra. El asunto pues , quedó entre ellos dos, como se suele decir.
(De todo esto hacía ya más de cinco años, aunque
personalmente me enteré cuando acabó todo el follón y me lo contaron entre unos
y otros durante la fiesta de la barra libre.)
El caso es que el primo seguía secretamente
enamorado de ella y eso fue lo que le impulsó a declarársele de aquella manera
tan inoportuna como desesperada, en plena boda, el mismo día en el que, quizás
por rabia, una hora antes volvió a ejercer como politoxicómano en el baño,
metiéndose una de cal y otra de harina.
Como decía, el primo haría la tercera y última
lectura.
Lo acompañamos como es habitual con una melodía
soporífera.
Se acercó al atril, cogió el micrófono con la mano derecha, se pasó la izquierda por
la frente para secarse el sudor y dijo: “Nunca olvidaré, prima mía, lo mucho
que me ayudaste cuando tuve problemas. Todos sabemos el gran corazón que
tienes, pero pocos somos los que conocemos el amor que puede salir de él. Hoy
te casas, hoy declaras tu fidelidad a un solo hombre, y me alegro por los dos,
pero lloro por dentro porque he de decir públicamente que te quiero, no como
primo, que también, sino como amante que ha probado tu fruto y como hombre que
quisiera seguir comiéndoselo a sabiendas de que de ahora en adelante va a ser
difícil, por no decir imposible, yo…”
Ni que decir tiene que éstas palabras-bomba,
escupidas apasionadamente por la boca desencajada del primo, despertaron a todo
el personal, ya algo sedado por el calor y el sabor dulzón del acto, y sentaron
como un jarro de agua fría o, mejor dicho, hirviendo, al novio, a su familia y
al cuerpo de bomberos (presentes allí, pues eran compañeros de trabajo y amigos
del novio).
El oficiante de la boda se acercó al primo y le
intentó arrebatar el micrófono más o menos educadamente, pero éste le atizó con
él provocándole una hemorragia nasal e
intentó seguir hablando “…yo te quiero, prima, deja al bombero éste que está
medio tonto y vente conmigo al África tropical !!!”, entonces Ramón le cogió
del cuello y le metió tal puñetazo que lo lanzó de espaldas al suelo. Éste
gesto no gustó al padre del primo, tío de la novia, que quitándole el violín a
mi compañero, lo partió en dos contra la cabeza del novio.
Entonces empezó la batalla campal, la suegra le
tiró de los pelos a Elvira llamándole fresca, la madre defendió a su hija clavando
el tacón de unos de sus zapatos en el ojo derecho de la suegra, el cuerpo de
bomberos se abalanzó como para poner orden, pero un grupo de amigos del primo
que también pasaron por el “Proyecto Hombre” les plantaron batalla lanzándoles
sillas. Un par de ellas cayeron sobre el estanque revolviendo a los patos y a
las Ocas, éstas últimas entraron en cólera y se metieron entre el gentío a
picar piernas y traseros, en cuanto a los patos, más de uno sirvió como arma
arrojadiza pudiéndose ver a un pato por los aires antes de impactar sobre el
tocado de una señora.
Nunca vi tanta violencia sin religión ni fútbol
de por medio.
Hubo gritos, caídas, carreras, sangre, golpes,
rotura de huesos, maldiciones…
Mi compañero el violinista y yo nos alejamos del
lugar para no tomar partido en aquel disparate. Apartados, junto a otras parejas neutrales,
contemplamos boquiabiertos la batalla hasta que llegó la policía.
La que lió el puto primo.
El caso es que consiguió lo que se proponía.
Restablecido el orden, se fue la policía, el
novio, su familia y el cuerpo, magullado, de bomberos. Quedando en el jardín
únicamente la familia de la novia, sus amigos y su primo, que se acercó a ella
y le pidió matrimonio.
Elvira,
tras pegarle un buen tortazo en la cara y dejarle la mejilla señalada…se puso a
reír, provocando una carcajada general y liberadora en todos los que estábamos
allí presentes. Después le miró a los ojos, le dijo” estás colocado” , él
asintió agachando la cabeza y entonces Elvira contestó a la petición de
matrimonio que le acababan de hacer diciendo que sí, que quería casarse con él.
Después se besaron y hubo un gran aplauso.
Así pues, finalmente hubo boda y nos invitaron a
nosotros también!.
(el padre del primo, además, prometió pagarle el
violín a mi colega).
Una boda realmente especial, ésta sí que sí,
entre dos primos que habían sido amantes, casados por el “casi periodista” con
la nariz como una berenjena, entre
invitados que la mayoría sangraban, cojeaban o tenían el traje y el vestido
rotos, en un clima efervescente de
pasión y reafirmación animal.
Todo muy bestia. Un ambiente encantador.
Tras la
ceremonia no hubo canapés ni entrantes ni comida ni hostias; lo que
necesitábamos, pasada la emoción ,la adrenalina y el peligro, era barra
libre!!.
Y ahí nos las dieron todas.
Tocamos por fin los temas que nos gustan, de
entre los invitados había uno que sabía tocar la trompeta, la sacó del coche y nos acompañó, todo el mundo
bailando, botando, agitando sus conciencias rítmicas. Los patos y las Ocas
merodeaban libremente al compás callejero de la música cíngara, el Sol ya
vencido, el aire que corría fresco, los recién casados alegres como
castañuelas, los familiares celebrando el simpático incesto…
Para un enlace que se prometía tan soso…resultó
ser un desenlace espectacular.
Allá donde se encuentren, les deseo lo mejor a
los primos novios.
Blanco eran los patos, la oca, el vestido de la novia, la cal, la harina y la cocaína. Blanco la cara del novio al comprobar el desaguisado de su propia celebración.
ResponderEliminarVivan los nuevos novios!!
Vivan!!, que sean felices
ResponderEliminary que crien Ocas!!!