Los otros.

domingo, 19 de octubre de 2014

BUENAS INTENCIONES. Segunda parte .

Me escondí en una esquina que daba a la calle donde estaba la Asesoría en la que trabajaba la mujer en cuestión. Eran las 14,55 ya. De repente me dí cuenta de que, a pesar de llevar un vestuario totalmente distinto al que tenía puesto cuando ella me vio, mi cara era exactamente la misma y por tanto podría reconocerme.Mi rostro no es que sea espantoso,ni mucho menos, pero suele ser bastante llamativo debido a mis grandes ojos; no en vano, los que me conocen de vista me llaman "el de los ojos saltones" (lo se porque tengo un oído muy fino, y eso que acumulo en ellos mas cerumen del que puede haber en el museo de cera de Barcelona).  Por suerte, hurgando en los bolsillos del traje marrón a rayas blancas (y olor añejo a bolitas de naftalina) encontré unas gafas de pasta , también marrones, con unos cristales del grosor de un culo de botella, como se suele decir. Me los puse sin dilación para no ser reconocido por la mujer a la que iba a perseguir y ,treinta segundos después, me dio tal mareo que tuve que agarrarme a algo que pasó a mi lado (resultando ser un carrito de bebé) para no caer al suelo. Los padres del bebé, en cuyo carrito me desplomé abruptamente hasta la cintura,reaccionaron rápidamente propinándome toda clase de golpetazos hasta que logré quitarme las gafas y explicarles el por qué de aquel tropiezo tan tonto. Estando en ésto, vi pasar calle abajo por la cera de enfrente a la mujer que estaba esperando, así pues me largué de allí con viento fresco, siendo insultado a voces por los padres aún cabreados, mostrando con ello poca fe en mi explicación.Sin andarme con remilgos,  me puse las gafas de nuevo para cruzar la calle y seguir a la suicida en potencia que , al escuchar las voces que contra mí se proferían, miró para atrás, como cualquier otro ciudadano morboso, para ver qué pasaba. Menos mal que tropecé al cruzar la calle contra uno de los coches que estaban aparcados - con esas gafas lo veía todo distorsionado !!-  al agacharme,por el dolor, conseguí accidentalmente que ella no me viese. 

Ella siguió caminando y yo seguí sus pasos, aunque me costó mas de lo previsto, pues hasta acostumbrarme, mas o menos, a la visión de aquellas horribles gafas, iba dándome contra las farolas y todo tipo de objetos sin identificar, móviles y estáticos.

Por fin llegó al sitio donde se dirigía, un café-restaurante normalito tirando a cochambroso donde servían menú y platos combinados. Ella se sentó en una mesa y yo me acodé en la barra. Ella pidió menú, yo , como no tenía mas que bolas de naftalina en los bolsillos, solicité un vaso de agua.  Le observaba atentamente mientras hacía como que leía un número manoseado de la revista "Muy Deprimente" que se hallaba en la esquina de la barra. 

A ella le llegó el primer plato, un triste revuelto de la casa. Al verlo, no se si por ello, se echó a llorar comedida pero perceptiblemente (parapetado tras la revista, me quité las gafas para no perder detalle).Después se repuso y se comió el revueltillo con desgana, mirando al infinito. Le sirvieron el segundo plato, un miserable huevo frito y tres salchichas anoréxicas, acompañado de una hoja de laurel a modo de adorno culinario vanguardista. Ésta vez se le saltaron las lágrimas. Estuve a punto de intervenir con la excusa del consuelo, pero me dije a mí mismo "tate" y le seguí observando a la espera del momento mas oportuno para interferir en su vida, ahora que parecía haber llegado a un callejón sin salida.

Con el postre, un melocotón en almíbar servido en un cuenco de barro, y que le supo a aceituna machada (como ella misma dijo al protestar después de probarlo) se le cayeron los palos del sembrajo, se vino abajo, la cabeza gacha sostenida por sus manos, que tapaban su rostro deformado por el llanto y la penuria. 

Tras protestar por el sabor a aceitunas machadas de su melocotón en almíbar pidió la cuenta y se marchó. Nadie en el restaurante, salvo un servidor, se dio cuenta de la pena que arrastraba ésta mujer. Los demás, tres clientes sueltos y dos camareros aburridos,no dejaron de mirar en ningún momento la pantalla de televisión, enganchados a los resultados de la champion leage. Saliendo tras ella de aquel lugar me pregunté cómo es que ninguno de los presentes,machos rancios todos, había mirado a la mujer, no ya con compasión, sino con deseo varonil, pues ya digo que ella...en fin, estaba de buen ver. La única explicación convincente que encontré es que ella debía ir habitualmente a ese lugar a comer (y a deprimirse) y ya la tenían muy vista, o la tenían por loca y la esquivaban, o la ignoraban por alguna otra razón. Estando en éstas reflexiones detectivescas  choqué aparatosamente contra un kiosco de prensa, pues llevaba de nuevo las gafotas puestas. Decidí entonces, por el bien y la unidad de mis huesos, no reflexionar tanto y estar mas atento a lo que tenía que estar.  

La mujer se  sentó en una parada de autobús, eran ya casi las 17h. y la calle estaba poco concurrida. Me senté a su lado. Había llegado la hora de entrar en acción.De saber la verdad, de salvarle la vida o, por contra, dejar de perder el tiempo.


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